Refugiada y explotada

Cuando pensamos en las personas refugiadas tendemos a pensar que una vez atendida su solicitud de asilo, sus problemas se solucionan por arte de magia. Sin embargo, son muchos los retos que tienen que afrontar en sus lugares de acogida. Uno de ellos, al que no solemos prestar demasiada atención, es la incorporación al mundo laboral.

Aunque el mundo del trabajo se ha recrudecido en todo el mundo en los últimos años, aunque haya quienes piensen que “es un paréntesis en nuestras vidas de ciudadanos de democracias avanzadas”, el trabajo sigue siendo una herramienta fundamental para la integración de las personas refugiadas. Tener un empleo ayuda en la socialización de las personas desplazadas, mejora su autoestima puesto que les da la oportunidad de sentirse independientes, productivos y por último, elimina una estigma que persigue a muchas personas refugiadas, el de vivir de los estados que los acogen. Esto, sobre el papel.

El primer problema al que se enfrentan las personas refugiadas es que su condición de refugiados no suele incluir el permiso de trabajo. Después de pasar por el complicado proceso de solicitar asilo, los refugiados tienen que pasar (en muchos países) por el proceso burocrático de solicitar un permiso de trabajo. En caso de no obtenerlo, las personas refugiadas dependen de la asignación que les aporte el país de acogida (en el caso de que exista dicha asignación). Sin embargo, en el caso de las personas refugiadas sirias, se ha observado que no siempre estas ayudas gubernamentales son capaces de evitar que las personas refugiadas vivan por debajo del umbral de la pobreza. Esto, unido a que en muchas ocasiones tienen que enviar dinero a aquellos familiares que se han quedado atrás, ha empujado a muchas personas refugiadas sirias a aceptar trabajos en condiciones que no distan mucho de la explotación. Estas duras condiciones laborales se dan tanto en los países del entorno de Siria como en países occidentales. En los países del entorno, que fueron los primeros en recibir personas refugiadas, estas malas prácticas están muy asentadas. En Líbano y en  Jordania las durísimas condiciones de trabajo a las que se ven sometidas las personas refugiadas sirias han sido denunciadas en múltiples ocasiones.

Las cosas no están mucho mejor en el continente europeo. En Alemania, hasta 100.000 solicitantes de asilo (de diferente procedencia) trabajan ilegalmente. Estos empleos están marcados por la precariedad. Muchos empleadores tratan de aprovecharse de la situación de necesidad de las personas refugiadas. Y no solo los empleadores. También en el país germano se ha descubierto que muchos solicitantes de asilo pagan a los trabajadores de los centros de acogida para que les consigan este tipo de empleos irregulares.

Mención aparte merece la situación de las personas refugiadas sirias en Turquía. Hombres, mujeres y niños trabajan en condiciones tremendamente precarias fabricando potentes marcas europeas en sus fábricas en el país otomano. Lo hacen por salarios mínimos y trabajando jornadas de 60 horas semanales. Y trabajan para compañías que año tras año obtienen pingües beneficios.

Aunque ciertos países aquejados de un grave envejecimiento demográfico ven en los niños refugiados el futuro de su mercado laboral, no se puede ignorar la situación de quienes ahora son adultos refugiados y quieren entrar en el mercado laboral. Mientras la explotación sea la principal característica de los empleos para refugiados, el progreso y la integración de estas personas será imposible.

Beñat Gutiérrez

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