¿Y tú para quién bailas? Autoestima y desigualdad

Nuestra compañera Keren Manzano, escritora, feminista interseccional y colaboradora en Píkara Magazine, reflexiona sobre la autoestima y el necesario empoderamiento de las mujeres para combatir el sentimiento de culpa y frustración infundado por la sociedad androcéntrica en la que vivimos.

Hace unos días me puse en estado de alerta cuando una compañera me dijo que tenía la autoestima por los suelos. “¿Por qué me siento así, si lo he hecho todo bien?” -me preguntaba. Ella cumple con todos los requisitos sociales que definen a la ‘mujer de éxito’, no solo porque encarna a la ‘buena mujer’ sino también a la ‘tía buena’. Es trabajadora, económicamente independiente, viste a la última moda, lleva a diario un maquillaje natural de ese que parece que vas con la cara lavada y, además, saca tiempo para perfeccionar sus habilidades con el pilates. Parece una businesswoman en potencia y, sin embargo, se siente como Bridget Jones.

Mi amiga me contaba lo frustrante que le resulta no encontrar pareja y me preguntó si creía que aprendiendo a bailar la danza del vientre lograría estar más en sintonía con su sensualidad para atraer a la pareja ideal. Yo la miraba y pensaba en los reproches que me hago siempre a mí misma por no ser nunca suficiente. Y, de repente, agolpándose en mi cabeza, aparecieron cientos de voces de tantas y tantas mujeres que a diario tiran tierra sobre su propio tejado: “Soy un desastre, no me cunde la faena”, “he vuelto a pecar con el chocolate, el lunes empiezo la dieta”, “no quiero exigir demasiado con el sueldo, después de todo, hay gente que cobra menos”. Parece un camino de auto-sacrificio para la expiación. Pero, ¿de qué culpa tenemos que liberarnos?

Vivir en un mundo androcéntrico y patriarcal daña la autoestima de las mujeres. Aspiramos a la realización personal en una realidad pautada con condiciones, prácticas y experiencias opresivas y desiguales. Y la autoestima se construye a partir de esas experiencias. Es la forma como vivimos, cómo percibimos nuestro cuerpo, nuestro estar en el mundo, las expectativas que hay con respecto a nosotras. En esas condiciones de desigualdad, la autoestima es también desigual, no universal, como se nos dice.

Solo hay que observar con un poco de atención, porque los privilegios se huelen de lejos. Yo los veo hasta en el modo de ocupar el espacio. Frente a los hombres que desparraman su cuerpo sobre las sillas invadiendo todo el espacio, las mujeres que conozco encogen su cuerpo hacia adentro, quizás para dejar más lugar a quienes hay a su alrededor. Así no pueden desarrollarse ni construirse desde sí mismas.

Odio mi empleo pero, ¿a dónde voy yo?”, las voces siguen sacudiendo mi mente y pienso en las veces en las que me he conformado por no valorarme lo suficiente, en el miedo que siento al emprender cualquier reto, en la timidez, en la dependencia que tengo con respecto a los demás. Desde ahí, es aún más difícil enfrentarse a una realidad de discriminación, subordinación, rechazo, descalificaciones y, a veces, violencia. «Si al menos tuviera a alguien al lado…» -pensamos, a veces. La respuesta no tarda en llegar: “Tranquila, seguro que encontrarás a alguien, con lo mona que eres” -te dicen.

Incompletas por definición, seres creados para los otros, la autoestima de las mujeres viene dada por los demás, pero aun así, algunas voces insisten: “¿si no te quieres a ti misma, quién te va a querer?”

Las soluciones corrientes para la autoestima se centran en cambiar a las mujeres en vez de cambiar el mundo. Modifica tu imagen, tus hábitos, mejora tu autocontrol, cambia tu comportamiento… hay que trabajar duro para alcanzar el éxito. Como si tener o no autoestima dependiera exclusivamente de la voluntad de tenerla.

Sin embargo, ya hay mujeres que, conscientes de esta realidad, construyen su autoestima de forma individual y colectiva, fuera de los requerimientos del sistema androcéntrico. Lo llaman empoderamiento y lo practican satisfaciendo sus necesidades, defendiendo su sentido de vida, centrándose en su crecimiento personal y en sus placeres. Estas mujeres aman lo que son y su amor propio es peligroso porque transgrede el orden hegemónico que prohíbe tal autoestima a las mujeres. Dicen, también, que la autoestima es política.

Creo que, después de todo, sí se qué respuesta darle a mi amiga: “Está muy bien que aprendas a bailar la danza del vientre, pero antes pregúntate para quién bailas”.

No te olvides de quererte

4 Comentarios

  • ¡Qué gran reflexión!
    Está claro que tantos siglos, milenios, haciendo las cosas de esta manera tienen que pesar todavía genéticamente en la mujer, que debe escalar el doble de metros para llegar a la misma cumbre que un hombre. Poco a poco, es una cuestión de muchos años de educación para que esta nueva y justa actitud comience a dejar poso.
    ¡Ánimo en la lucha! que no ha de ser sino una batalla individual contra los prejuicios y las restricciones que se alojan en cada espíritu particular. Y cada batalla vencida contra una misma será un mimbre con el que se conseguirá al final una trenza fuerte.

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