Hotel City Plaza, un ejemplo de organización comunitaria

Tuve el gran honor de asistir esta semana a una serie de talleres sobre los derechos de las personas refugiadas en el Hotel City Plaza, en celebración de sus 6 meses de existencia. El hotel City Plaza se encuentra en la calle Acharnon en el centro de Atenas, a pocas manzanas de la parada de metro de Victoria. Es un proyecto de viviendas en el que viven 400 personas, autogestionado por sus habitantes, sirviendo tanto como refugio como centro social y centro de organización. Al contrario de muchos de los campos en los que sus habitantes están segregados por nacionalidad o grupo étnico, en el City Plaza se encuentra una mezcla de refugiados de todas partes: hazaras de Afganistán, iraquíes, sirios, kurdos, paquistaníes, y muchos más. Sus lenguas natales resuenan por las siete plantas habitadas. Hay horarios en las paredes anunciando clases de griego y alemán, escritos en árabe, farsi, inglés y griego. Hay una cafetería modesta comunitaria almacenada a base de donaciones. Hay avisos recordando a los habitantes que deben presentarse a su turno de limpieza, pidiendo que no tiren sus colillas al suelo y que mantengan un nivel de voz respetuoso durante las horas nocturnas. Anuncian excursiones al Acrópolis, a museos y al cine para los niños. Hay muchos niños en el City Plaza (180 de los 400 habitantes son menores) y juegan en los pasillos y comparten juguetes. Para muchos no es el fin al que esperaban llegar, pero tampoco es un campo, ni es una jaula, y por lo menos se parece algo semejante a un hogar.

Aquí no se permiten ONGs ni gobiernos. Los habitantes desean más que todo mantener su autonomía, abogar por sus propios derechos, y empoderar a los que ahí se alojan. Con la ayuda de voluntarios, principalmente griegos, pero también de otros países, se ha convertido en un ejemplo de organización comunitaria y resistencia contra la capacidad destructiva de la humanidad.

El primer día de talleres (duran hasta el domingo) se enfocó en temas de integración social, particularmente en las escuelas primarias y secundarias. La sala estaba completamente llena, tanto como de gente ajena que de residentes del hotel. Con la ayuda de intérpretes, varios habitantes del hotel compartieron las dificultades a las que se enfrentaban al integrar a sus niños menores en escuelas griegas. Tal y como mencioné en un post anterior, han habido manifestaciones de padres que desean excluir a los niños refugiados de los colegios, llegando hasta físicamente encadenar las puertas de una escuela primaria y retirar a sus propios niños. En las escuelas en las que se han permitido integrar a menores refugiados, los niños son relegados a aulas separadas, y solo asisten a partir de las dos de la tarde cuando los estudiantes griegos ya se han ido a casa. Padres griegos han puesto varias pegas: ¿Y si retrasan el avance académico de la clase entera? ¿Estarán vacunados? A los padres refugiados, estas quejas les suena más a racismo disimulado. Habló un docente griego reprendiendo estas acciones: que los niños no pueden integrarse adecuadamente con esta segregación sistemática, que la educación separada tal es inherentemente desigual. Una mujer siria se preocupaba más por sus nietos más pequeños.  Son más vulnerables, con menos autonomía y sentido de identidad.  Viviendo así, como ciudadanos de segunda clase, ¿qué identidad les inculcamos?

Es difícil caracterizar lo que es la identidad refugiada. Generalizar no sería justo ya que las experiencias vividas por los refugiados son de ninguna manera uniforme. Pero sí se puede decir que en el City Plaza se intenta cambiar la narrativa de los refugiados de una victimización a una de no sólo supervivencia, sino de autonomía y florecimiento.

Paloma Ellis

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