Un viaje hacia la educación

Por Naiara Nájera Etxeandia.
Alumna del grado de Derecho y Comunicación de la Universidad de Deusto. Campus de San Sebastián.


Hace dos años estuve visitando el poblado de Pía, en Burkina Faso. Es un poblado minúsculo que ni siquiera aparece en Google Maps. Fui porque Seydou, quien es como mi padre de Burkina Faso, quería mostrarme su pueblo y que conociera a su familia.

Organizamos el viaje rápidamente porque se acercaban las lluvias y las carreteras allí no son muy buenas. En principio íbamos Seydou, su hermano Amidou y mi amiga Alaitz, pero como suele pasar en África, se unieron más personas al final.

Salimos un domingo muy temprano y tras 6 horas en coche llegamos a Fara, la ciudad más grande que hay cerca de Pía. Mientras algunos tocaban música tradicional burkinabé y los niños jugaban por las calles, nosotros paramos en un restaurante a comer. Todos comimos arroz, pero Seydou comió con salsa de baobab porque él sin su no es él.

Mientras comíamos me habló de lo que nos esperaba en Pía; una gran familia que nos esperaba con más arroz para comer, unos niños curiosos por ver a unas nassaras, el jefe del poblado preocupado por dar buena impresión y el profesor de la escuela impaciente por lo que llevábamos de regalos. Y es que, antes de ir a Pía Amidou decidió que lleváramos algún obsequio en nombre de todos los visitantes. Seydou rápidamente nos dijo lo que les haría más ilusión en el pueblo, y no dudamos en ir a por ese regalo.

Una vez llegamos a Pía, encontramos a muchas personas sentadas bajo la sombra de un gran baobab. Charlaban entre ellos, mujeres y hombres estaban sentados por separado y los más pequeños corrían libremente. Parecía que allí el tiempo iba mil veces más lento. El coche paró enfrente de una casa que tenía pintado un elefante en la pared, bajamos y saludamos uno por uno a cada persona que se encontraba allí. Seydou estaba muy feliz, su orgullo por sus orígenes y por poder mostrarnos dónde nació era un gran acontecimiento para él, y para nosotros también. Tras saludar a cada persona allí sentada, Amidou sacó nuestro regalo.

Los niños se acercaron rápidamente y al verlos se pusieron muy contentos. Hicieron una fila y fuimos repartiendolos. Les llevamos lápices, gomas, cuadernos y bolígrafos para cada niño que estudiaba en la escuela de Pía. Al profesor le llevamos tizas para la pizarra. Todo el pueblo lo agradeció mucho; allí obtener material escolar es difícil y caro, mientras que a nosotros, que llegábamos de la ciudad, sólo nos costó 15 minutos de viaje en moto al centro de Ouagadougou para comprar el material. 

La educación de calidad es un privilegio de algunos todavía. La educación es inaccesible para muchos todavía. Es por eso que Naciones Unidas introdujo la educación como un Objetivo de Desarrollo Sostenible. Este objetivo, el 4 de la Agenda 2030, indica la importancia de garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad.

La falta de acceso a la educación, la baja calidad y adquisición de competencias o el problema del absentismo escolar impiden garantizar una educación universal. Ante esto, no queda otra alternativa que trabajar conjuntamente por una enseñanza gratuita, equitativa y de calidad que produzca resultados efectivos, que favorezca la empleabilidad y el emprendimiento, una educación que no deje a nadie atrás, y una educación que nos enseñe sobre el desarrollo sostenible, los derechos humanos, la igualdad de género, la cultura de paz y no violencia y la valoración de la diversidad cultural. Todo esto se puede conseguir empezando por algo tan simple como darle un lápiz a un niño.

Naiara Nájera Etxeandia.
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Imagen: UNESCO Institute for Statistics

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