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«No hablamos de Afganistán ni de Grecia, le peiné la coleta»

Zahra se apegó a mí de manera que me dejó impresionada. Estuve de visita en uno de los varios refugios de Atenas. Zahra es Hazara, llegó hace pocos meses de Afghanistan, y tenía diez años. Me sorprendió con un alto nivel de inglés, y en ese idioma nos comunicamos (en escasos momentos en griego, idioma que las dos estamos aprendiendo, pero ella con mayor facilidad). Era alta para su edad, o igual yo a su edad era bajita en comparación. Quería ser bailarina y viajar a Suiza (le gustaban las montañas), y tenía un smartphone. Se dedicó a enseñarme sus aplicaciones, en particular una en la que podía dibujar y modificar fotos con filtros especiales de corazones o patitos. Me enseñó música que le gustaba en farsi, aunque también le gustaba Katy Perry. Nos tomamos un selfie en el que salí fatal, pero le gustaba a ella y no exigí que la borrase. Me hablaba de sus amigos en el refugio y se escondía detrás de mí cuando un niño conocido se arrimaba porque le tiraba de las orejas y del pelo . No le caía bien y me preocupé cuando me dijo que lo hacía a menudo. Mi instinto fue decirle que no le haga caso y que seguramente lo hacía porque le gustaba. Me censuré al temer inculcarle la idea de que cualquier tipo de violencia debería confundirse  con el cariño. En vez de eso, le dije que si no le gustaba,  se lo digera a un adulto. Tenía una cara redonda y bonita, pero no se lo dije. Me pareció más importante comentar y admirar su inteligencia, fuerza, y su curiosidad. Mi instinto también me dijo que igual el reconocimiento de estas cualidades le serviría más en un posible difícil e inseguro futuro.

Quería preguntarle acerca de su experiencia. ¿Cómo fue dejar Afganistán? ¿Qué le pasó a su padre ausente? ¿Extraña su vida antes de su desplazamiento? ¿Cómo ha sido su vida formando parte de una minoría étnica perseguida? Fueron preguntas que tuve toda la intención de investigar, para satisfacerme como periodista,  la idea de que una niña igual me podría dar un relato objetivo y sincero. Tardé poco en abandonar mi plan original. Ella quería mirar mis tatuajes y quería jugar con mi pelo. Quería mostrarme sus uñas pintadas y  quería sugerirme colores para mi próxima manicura. Quería ser una niña, y respetando su derecho a tener una infancia, dejé que dirijiera la conversación. Supuse que tendrá muchísimo tiempo para hablar de lo que haya ocurrido o no, pero que igual no tendrá muchas más oportunidades de vivir momentos de niñez sencillos y divertidos. Temo que estas crisis dejarán a los países en conflicto con una generación perdida. Esta generación de niños y niñas, arrancados a la fuerza de cualquier tipo de hogar estable y de seguridad, tendrán la eventual responsabilidad de restaurar sus culturas y países. Forman una generación sobrecargada con traumas, con pocos recursos para superarlos en países que han sido en varias ocasiones explícitamente hostiles. No hablamos de Afganistán ni de Grecia  y le peiné la coleta.

 Zahra trágicamente no es la única; un gran porcentaje de los refugiados que llegan a Grecia son niños. Los niños en tiempos de crisis conmueven. Es un tema que llega al corazón porque los niños son frágiles y  la infancia merece protección. Aún así, de forma casi completamente contradictoria, los niños tienen una gran capacidad de adaptación y de resiliencia que los adultos no poseen. Aprenden idiomas, hacen amigos, se despreocupan, se entretienen, y también suprimen y no tienen el vocabulario emocional para expresarse. A veces el niño que juega al fútbol con sus amigos no duerme por las noches. Zahra habló conmigo pero tambien hay niñas que han dejado de hablar.

Paloma Ellis

Niños refugiados en Grecia

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